Ciencias Sociales
Autor UIC

Escrito por: Juan Pablo Brand Barajas

marzo 12, 2020

Durante las últimas dos décadas, la cifra de divorcios en México se ha incrementado 182 por ciento.

Si bien no todos corresponden a parejas con hijos, sí son numerosos los casos en que se debe llegar a negociaciones y convenios, respecto de las pensiones, la guarda y custodia, así como de la patria potestad.

En medio de estos posibles acuerdos se da una tendencia de madres y padres a buscar tener privilegios sobre el cuidado y los tiempos de los hijos. La falta de consenso impulsa al deseo de tener cada parte un “pedazo de los hijos”.

 

Mundos divididos

Es así que se expresa el denominado Síndrome de Salomón, sobre el cual, nos dice Loretta Cornejo en el Prólogo al libro de María y Barbero y María Bilbao (2008):

“El niño partido en dos, no solamente porque puede haber una pelea entre los padres por su custodia, sino porque también las personas que rodean a este niño, ya sea la familia o los profesionales de ayuda [maestros, educadores, psicólogos, jueces, abogados] se encuentran en la disyuntiva muchas veces de tener que decidir qué es lo correcto… También porque este niño se encontrará a partir de la separación de los padres, dos rutinas, dos casas, dos mundos y sus afectos y necesidades emocionales se verán muchas veces divididos, no tanto entre uno y el otro, sino que estarán condicionados por el momento y el tiempo en que está con un padre u otro”.

El concepto emana del relato bíblico en el cual el sabio rey Salomón debe resolver una controversia entre dos mujeres que dicen ser las madres de un mismo bebé, hasta que él determina que se le parta en dos y esto detona que se manifieste la verdadera madre y el rey determine devolverle a su hijo.

Aunque se habla mucho de los divorcios pacíficos y de mutuo acuerdo, en realidad son excepcionales. Toda separación detona una batalla, particularmente cuando hay hijos de por medio.

Un divorcio no sólo termina un matrimonio, se cierran también los sueños, las expectativas y los planes compartidos. Llega a su fin una organización familiar que debe reconstituirse con otros roles, otras geografías y otros afectos.

La familia es un sistema que se conforma de tres subsistemas: el de la pareja (padres), el filial (hijos) y el parental (en donde se da el cuidado de padres a hijos). Un divorcio, idealmente, únicamente tendría que diluir el subsistema de la pareja, conservando los otros dos.

Pero no siempre es así, se separa a los hijos o alguno de los padres deja de ejercer su función en el subsistema parental o éste se daña tanto que los hijos quedan a la deriva.

Cada divorcio impacta en cada hijo de forma muy específica. Las siguientes son algunas reacciones reportadas por Barbero y Bilbao (2008):

  1. El niño adulto o sobreadaptado. Dan la impresión de comprender lo que está sucediendo en el proceso de divorcio, se adaptan con facilidad a los cambios y les facilitan la labor a los padres.

Reprimen su ansiedad o sus sentimientos depresivos, por lo que es común que presenten síntomas psicosomáticos.

Los hijos no tienen la función de reducirle los problemas a los padres, lo recomendable es que expresen con libertad y amplitud todo aquello que les moviliza el divorcio de sus padres. Además de poder mostrar no sólo su aceptación, sino su oposición a los acuerdos.

Todo aquello que se reserven durante el proceso de divorcio se manifestará de alguna u otra manera en el futuro.

  1. El niño regresivo. Es frecuente que las niñas y los niños en crisis respondan “como bebés”, esto es, que retornen a conductas de estadios previos del desarrollo y se muestren muy demandantes y berrinchudos.

Pueden presentar enuresis, aunque ya hayan controlado esfínteres; presentar miedos nocturnos nuevos; querer dormir con la madre o el padre, dependiendo de con quien se encuentren, o pedir el uso de artículos propios de bebés, como chupones, mamilas o “cobijitas”.

Dichas conductas son una forma de defensa, de protección para evitar el momento que viven, pleno de angustia, sufrimiento y hasta culpa.

Más que intentar modificar estas conductas señalándolas como simples formas de llamar la atención, los padres deben ostentar toda su empatía parental para cuidar a los hijos del mayor número de embates que puedan experimentar en el proceso de divorcio y darse el tiempo para escucharles y sostenerles.

  1. El niño ansioso. En este caso, pueden presentar conductas disruptivas, intensos enojos y acciones inoportunas tanto en la casa, como en la escuela o espacios públicos.

Muestran cambios emocionales constantes y, sin previo aviso, comienzan a morderse las uñas o a presentar otras conductas autolesivas, su rendimiento escolar comienza a bajar y tiene confrontaciones en sus grupos sociales de referencia.

Otros aspectos que suelen generar o intensificar la ansiedad en los niños cuyos padres pasan por un proceso de divorcio es la descoordinación en la educación o las reglas inconsistentes.

Lo anterior se debe a que los niños van de una casa a otra y, debido al conflicto entre los padres, no se logra una sintonización de las prioridades en los hábitos y los límites.

Los niños responden bien a la congruencia y conservar con funcionamiento adecuado el subsistema parental implica que existan acuerdos básicos sobre la educación y los hábitos de los niños, se encuentren en una casa u otra.

  1. El niño manipulador. Una característica del Síndrome de Salomón es que los padres promuevan la lealtad de los hijos y generen alianzas en detrimento del otro padre. Esto puede manifestarse de diversas maneras, tanto en la promoción de que se conviertan en “espías” de la otra parte, como para chantajear o utilizar a los hijos como mensajeros.

Esta circunstancia favorece que los hijos aprovechen el caos para también manipular a su favor la problemática entre sus padres.

En el caso de que la madre o el padre inicie una nueva relación de pareja, la contraparte puede utilizar la confusión propia de los hijos en el proceso de incorporación de otra persona a sus vidas para ponerlos en contra de quien ha optado por apostar a una nueva relación.

  1. El niño deprimido. Todo divorcio conlleva una cadena de duelos y los hijos son quienes suelen sufrirlos más. No hay ser humano que no sueñe con tener y vivir en medio de una “familia feliz” y una separación es el derrumbe de esa expectativa.

Si a esto se suma que casi siempre uno de los padres no desea el divorcio y tiende a deprimirse arrastrando en su tristeza a los hijos, el escenario se complica más.

Los niños también deben vivir sus duelos y los adultos deben facilitarles ese tránsito. Se entiende que una madre o un padre deprimido no está en las mejores condiciones para sostener a sus hijos, pero es ahí donde debe manifestarse su capacidad parental y buscar ayuda profesional para salir del atolladero.

Los niños reflejarán en un divorcio todo aquello que los padres no estén logrando procesar de su separación, de ahí la importancia de la responsabilidad de los padres para no cargarles a sus hijos malestares que no son suyos.

  1. Adolescente indiferente. “Equis”, “Me vale”, “Es su problema”, “A mí qué”, etcétera. Son expresiones comunes de los adolescentes frente a la separación de sus padres.

Los adolescentes son los pacientes que representan el mayor reto para los psicoterapeutas: por ello, muchos le sacan la vuelta a atenderlos. Esto se debe a que se muestran aparentemente imperturbables, pero como clínicos sabemos lo que sufren.

Lo más frecuente entre las y los adolescentes es que generen alianza con alguno de los padres, generalmente a quien consideran que tiene la razón en el proceso de divorcio y demeriten completamente al otro.

Un divorcio cimbra la vida subjetiva de un adolescente y por esto es recomendable buscar siempre ayuda profesional, para acompañarles o, por lo menos, para valorar el impacto que les genera la separación.

El primer entorno que puede atender cualquiera de los comportamientos de los hijos en un proceso de divorcio es el familiar. Sin embargo, los procesos de divorcio suelen ser tan belicosos y dejan a los padres tan escasos de recursos, que es importante considerar siempre el apoyo profesional de las y los psicoterapeutas.

El Síndrome de Salomón, lamentablemente, se presenta con mucha frecuencia. Por tal motivo, los padres en proceso de divorcio deben procurar mantenerse ecuánimes y ampliar su percepción, para no perder de vista ni un instante a sus hijos.

Los padres decidieron unirse, en muchos casos casarse, tener hijo y separarse. En este trayecto, los hijos no decidieron nada; por tanto, no tendrían que ser responsables de nada en un proceso de separación.

En honor al amor que los unió y les llevó a decidir tener hijos en común, los padres tendrían que separarse correspondiendo al amor que esos hijos les tienen.

 

Para saber más

Licenciatura en Psicología, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.4uic.mx/licenciaturas/division-de-la-salud/psicologia/

Diplomado en Neuropsicología, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.4uic.mx/educacion-continua/diplomado-en-neuropsicologia/

Luz Galindo, El cuidado en las familias mexicanas, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.4uic.mx/cuidado-las-familias-mexicanas/

Eva González, Consejos para controlar la ansiedad, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.4uic.mx/consejos-controlar-la-ansiedad/

Karemm Danel, Elementos para la clínica psicoterapéutica con niños y adolescentes,

Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.4uic.mx/elementos-para-la-clinica-psicoterapeutica-con-ninos-y-adolescentes/

Karemm Danel, Generación copo de nieve: ¿eres parte de ella?, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.4uic.mx/generacion-copo-de-nieve-eres-parte/

Barbero, M. y Bilbao, M. (2008). El Síndrome de Salomón. Sevilla, Desclée De Brouwer.



* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional

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