Estamos en la era del homo consumens [1], donde absolutamente todo exige ser presentado de manera atractiva. Las cosas son percibidas y comprendidas bajo esta condición. Bajo la influencia del consumo por el consumo, el diseño busca una interpretación unívoca por parte de la población. Cada idea o detalle aspira a mostrarse concreto y preciso, a menudo siendo único y convirtiéndose en una nueva «necesidad». Estamos en la era de la urbanización banal.
La voracidad por el capital ha transformado el paisaje urbano en un escaparate del consumo. Esto afecta también a la arquitectura, reduciéndola a una mera técnica al servicio del mercado.
La ciudad como paisaje
El paisaje [2] urbano contemporáneo es la conjunción de habitantes, arquitectura, espacio público y naturaleza en la ciudad. También es un fenómeno cultural colectivo resultado de las acciones y construcciones de múltiples agentes y generaciones que dan forma a la imagen urbana.
Desde el primer menhir hasta nuestros días, la construcción simbólica del paisaje tiene como objetivo proteger la conciencia individual del entorno hostil no construido socialmente, de lo que carece de sentido. El paisaje lo protege, pero también lo domina.
Es un sistema de referencias que guía al hombre de manera absoluta, dentro de una totalidad «ordenada». Por lo tanto, la ciudad es el macromodelo de un paradigma de vida y pensamiento, de viviendas y personas, de sometimiento y jerarquías.
Exceso de estímulos en las ciudades
En la actualidad, elementos valiosos de la ciudad y de la identidad colectiva se ocultan detrás de componentes «accesorios», como la publicidad exterior. Estos fenómenos no sólo afectan de manera gradual la imagen de la ciudad, sino que también dañan gravemente la psique de las personas, quienes se ven obligadas a consumir este tipo de publicidad todos los días.
Este estímulo, junto con el generado por el tráfico y el ruido de las ciudades, aumenta los niveles de ansiedad y estrés de los ciudadanos. Además, el patrimonio cultural y la memoria urbana, constituidos por construcciones y espacios urbanos, comienzan a sucumbir bajo una masa de elementos «temporales».
La Ciudad de México parece ser, entonces, un objeto de diseño en el que se “planifican” y construyen paisajes urbanosdictados por un sistema socioeconómico en el que prevalece la exclusión de la mayoría y el protagonismo de la clase dominante.
Urbanalización
Como se mencionó anteriormente, el paisaje siempre ha sido entendido como el resultado de la relación que las sociedades humanas establecen con su entorno, como la construcción cultural de su entorno. Sin embargo, el proceso global de urbanización y la expansión progresiva de la ciudad en el espacio dificultan cada vez más la apreciación de los contenidos de identidad propios de cada lugar. Durante las últimas décadas, las ciudades se han orientado claramente hacia el consumo y las actividades relacionadas con el ocio, la cultura y el turismo global.
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Observamos un tipo de urbanización banal de las ciudades y del territorio. Ésta se puede repetir y replicar en lugares diferentes con relativa independencia del locus concreto. Más que de urbanización podemos hablar entonces de urbanalización.
Emerge, así, una nueva categoría de paisajes definidos por su aterritorialidad. Es decir, paisajes independizados del lugar, que ni lo traducen ni son el resultado de sus características físicas, sociales y culturales. En otras palabras, paisajes reducidos a sólo una de las capas de información que lo configuran, la más inmediata y superficial: la imagen (Muñoz, 1995).
Desvinculación de espacios
Ante la imposibilidad de crear el lugar y el paisaje, tendemos a recrear ambos. Esto es lo que se ha hecho tradicionalmente en los parques temáticos y de ocio: recrear y simular lugares distantes e incluso tiempos pasados.
Si los paisajes se reducen a su contenido visual, entonces, citando a Solà-Morales, se vuelven reproducibles a través de diversos mecanismos, hasta el punto de dejar de estar vinculados a lugares específicos.
los paisajes también van declarándose progresivamente “en huelga” […] corresponde así un espacio simplificado, regido por los estrechos patrones del consumo y la visita, donde la única posibilidad de representación pasa por el souvenir. Narración mediática del tiempo y apropiación temática del espacio van de la mano configurando una realidad en la que la cadena continua de noticias va acompañada de otra cadena también de alcance global: la de las imágenes sin lugar reproducidas en régimen de take-away.
(Muñoz, 2008)
En la construcción de la ciudad, hoy la arquitectura debería buscar en el discurso de su objeto de diseño[3] una interpretación analógica, es decir, aquella que busca a través de la sutileza superar la univocidad y evitar la equivocidad.
La construcción de la ciudad debe priorizar el espacio público; primero, como lugar común, símbolo identitario de cada comunidad; segundo, como lugar visible y manifiesto a todos los ciudadanos por igual; y tercero, como aquel lugar que garantiza la accesibilidad a cada uno de los habitantes.
Referencias
Múñoz, Francesc (2008). Urbanalización. Paisajes comunes, lugares globales. Barcelona: Gustavo Gili.
Fromm, Erich (1971). La aplicación del psicoanálisis a la teoría de Marx. Buenos Aires: Paidós.
Notas al pie
[1] Es el hombre cuyo objetivo fundamental no es principalmente poseer cosas, sino consumir cada vez más, compensando así su vacuidad, pasividad, soledad y ansiedad interiores. En una sociedad caracterizada por empresas gigantescas, y por desmesuradas burocracias industriales, gubernamentales y sindicales, el individuo, que no tiene control sobre las circunstancias de sus trabajos, se siente impotente, solo, aburrido y angustiado. Al mismo tiempo, la necesidad de lucro de las grandes industrias de consumo: los cigarrillos, las bebidas, el sexo, el cine, la televisión, los viajes, e incluso la educación, los libros y las conferencias; crea nuevas necesidades artificiales y se manipulan los gustos del hombre (Fromm, 1971).
[2] Pagus (latín) = paisaje, territorio donde se habita. Payés (latín) = paisano, el que habita un lugar y constituye su morada.
[3] Objeto de diseño como proceso de “experienciación” (experiencia a partir de la experimentación, “la huella”).